Sometimes we can’t quite put our finger on something important because
we’ve got all of our fingers wrapped around a bunch of other things that are
not important.
En un momento de cambio paradigmático de la educación, donde
están tomando fuerza las distintas metodologías activas así como variando el
concepto que tenemos de aprendizaje,
existe un aspecto esencial aún por desarrollar: la evaluación. Hoy en
día, esta continúa estando más centrada en el resultado que en el proceso, condicionando
así el aprendizaje.
La evaluación es parte integrante del proceso de aprendizaje
y tiene más que ver con el acompañamiento en el proceso de aprendizaje del
alumnado que con el fin del camino per se. Sin embargo, como bien indica Loli
García, asesora del Departamento de Innovación Pedagógica de Escuelas Católicas,
la evaluación se encuentra “secuestrada por la calificación”, que responde a un
análisis de los objetivos alcanzados por el alumnado en función de una serie de
estándares, que no atienden ni entienden necesariamente de diversidad ni progreso.
Si bien es cierto que la certificación puede servir para
asegurar que un candidato haya adquirido determinado nivel competencial, a mi
parecer este tipo de evaluación debe hacerse en contextos y con fines muy
concretos. Aplicarlo sistemáticamente al proceso de aprendizaje puede resultar
contraproducente para el avance del alumnado, además de no ser real ni
coherente con ese avance.
Como profesora de EOI me enfrento a ese dilema
constantemente, ya que el alumnado afronta una evaluación certificadora al
final del proceso de aprendizaje, acorde con unos criterios, fruto de una estandarización,
que no siempre reflejan el proceso realizado por el alumnado. De hecho, puede
ser que un estudiante dado haya realizado grandes progresos en el desarrollo de
su competencia lingüística, sin que ello conlleve haber alcanzado los mínimos
exigidos para la certificación de un determinado nivel.
Este tipo de evaluación puede falsear la perspectiva que el
alumnado tiene de su propio progreso y, por ende, desmotivarlo (el peor de los
enemigos del aprendizaje). Conviene que
el aprendiente sea consciente, en todo momento, de dónde se encuentra en el
proceso de aprendizaje siendo consciente de sus debilidades y fortalezas,
esencial para que se dé un verdadero y
profundo avance.
Con el fin de paliar esta situación, a mi entender, convendría
tener una doble vía de evaluación en las EEOOII: por una parte, la
certificación, para todos aquellos que deseen optar a ello, y una segunda que
describa fielmente el perfil lingüístico del alumnado, reflejando su nivel de
desarrollo competencial. En este sentido, el pasaporte
de lenguas, diseñado para la auto-evaluación, puede resultar de gran
utilidad.
Apartar la evaluación del proceso de aprendizaje la desprovee
de todo su sentido pedagógico, ya que esta dota al alumnado de la oportunidad
de aprender de sus errores así como de conocer en todo momento en qué estadio
del aprendizaje se encuentra para poder seguir construyendo conocimiento. Es,
por tanto, imprescindible dar un paso en este sentido para considerar a la
evaluación como parte necesaria del proceso de aprendizaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario