El pasado mes de julio tuve la oportunidad de
participar en la Escuela de Verano Fábrica de Harinas,
organizado por Cross Border Project en
Medina de Rioseco (Valladolid), encuentro en el que artistas y docentes
compartimos una semana sobre la que reflexionar y trabajar en conjunto,
analizando todo el potencial que el teatro puede aportar a la educación. Una oportunidad única en la que se abordaron
distintos temas y situaciones, desde perspectivas diferentes para llegar a un
punto común.
Con Ángela Arboleda, nos adentramos en el mundo de la narración oral
como herramienta de empoderamiento de la voz propia y colectiva. Veronika Szabó
nos llevó de la mano a un viaje que fluctuaba entre ficción y realidad, con el
objeto de transformar la realidad. Ambas experiencias, intensas, profundas,
bellas, pusieron de manifiesto que el teatro aplicado resulta muy potente como
herramienta de procesamiento de vivencias, estableciendo analogías y semejanzas
con la experiencia cotidiana para, al final, salir de la simulación y entrar en
la realidad.
Fue una experiencia que puso de manifiesto que
teatro y educación no son dos realidades diferenciadas, que discurren en
paralelo, sino todo lo contrario: el arte es una constante innegable en
nuestras vidas. ¿Por qué, entonces, no están el teatro y la educación más
intrínsecamente relacionados? El teatro está presente en nuestra cotidianidad
de muy diversas formas: imaginamos, creamos, improvisamos con el fin de
expresarnos y relacionarnos con nuestro entorno. ¿Acaso no es ese un punto en
común con la educación?
No es este un debate nuevo, históricamente, teatro
y educación se han conjugado y complementado de diversas maneras. Sin embargo,
la experiencia en Medina de Rioseco evidenció la necesidad existente de estrechar
lazos entre arte y educación, que coinciden en su apuesta por el desarrollo del
espíritu crítico de la persona en relación con la realidad circundante para
poder transformarse en agente de cambio social.
Si la educación es un acompañamiento en el proceso
de autodescubrimiento y aceptación de uno mismo, siempre en relación con
nuestro entorno, el teatro resulta ser una herramienta muy eficaz para este
fin, ya que fortalece la adquisición de conocimientos mediante la estimulación
de la imaginación, incidiendo en la conciencia de la propia identidad así como
de la colectiva.
Y fue precisamente ese espíritu el que se respiraba
en la Fábrica de Harinas. Se generó una sinergia entre el mundo del teatro y el
de la educación, tan potente como necesaria. Al fin y al cabo, si, como decía John
Dewey, la educación no es preparación para la vida sino que es la vida
misma, y, como cantaba La Lupe, “La vida es puro teatro”, entonces no existe tal
disociación: la educación es teatro y el teatro es educación. El debate está
servido.
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