viernes, 9 de agosto de 2019

Teatro y educación: ¿dos realidades diferenciadas?


El pasado mes de julio tuve la oportunidad de participar en la Escuela de Verano Fábrica de Harinas, organizado por Cross Border Project en Medina de Rioseco (Valladolid), encuentro en el que artistas y docentes compartimos una semana sobre la que reflexionar y trabajar en conjunto, analizando todo el potencial que el teatro puede aportar a la educación.  Una oportunidad única en la que se abordaron distintos temas y situaciones, desde perspectivas diferentes para llegar a un punto común.

Con Ángela Arboleda, nos adentramos en el mundo de la narración oral como herramienta de empoderamiento de la voz propia y colectiva.  Veronika Szabó nos llevó de la mano a un viaje que fluctuaba entre ficción y realidad, con el objeto de transformar la realidad. Ambas experiencias, intensas, profundas, bellas, pusieron de manifiesto que el teatro aplicado resulta muy potente como herramienta de procesamiento de vivencias, estableciendo analogías y semejanzas con la experiencia cotidiana para, al final, salir de la simulación y entrar en la realidad.

Fue una experiencia que puso de manifiesto que teatro y educación no son dos realidades diferenciadas, que discurren en paralelo, sino todo lo contrario: el arte es una constante innegable en nuestras vidas. ¿Por qué, entonces, no están el teatro y la educación más intrínsecamente relacionados? El teatro está presente en nuestra cotidianidad de muy diversas formas: imaginamos, creamos, improvisamos con el fin de expresarnos y relacionarnos con nuestro entorno. ¿Acaso no es ese un punto en común con la educación?

No es este un debate nuevo, históricamente, teatro y educación se han conjugado y complementado de diversas maneras. Sin embargo, la experiencia en Medina de Rioseco evidenció la necesidad existente de estrechar lazos entre arte y educación, que coinciden en su apuesta por el desarrollo del espíritu crítico de la persona en relación con la realidad circundante para poder transformarse en agente de cambio social.

Si la educación es un acompañamiento en el proceso de autodescubrimiento y aceptación de uno mismo, siempre en relación con nuestro entorno, el teatro resulta ser una herramienta muy eficaz para este fin, ya que fortalece la adquisición de conocimientos mediante la estimulación de la imaginación, incidiendo en la conciencia de la propia identidad así como de la colectiva.

Y fue precisamente ese espíritu el que se respiraba en la Fábrica de Harinas. Se generó una sinergia entre el mundo del teatro y el de la educación, tan potente como necesaria. Al fin y al cabo, si, como decía John Dewey, la educación no es preparación para la vida sino que es la vida misma, y, como cantaba La Lupe, “La vida es puro teatro”, entonces no existe tal disociación: la educación es teatro y el teatro es educación. El debate está servido.

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