En el mundo de la educación proliferan los términos y
definiciones, que, de alguna manera están representando la idea que tenemos de
ella. No se trata de una cuestión baladí, ya que reflejan nuestro posicionamiento
y forma de actuar al respecto. Términos como enseñanza, enseñanza-aprendizaje
y aprendizaje se utilizan de forma
indistinta para hablar de educación cuando, a mi entender, las connotaciones
que conllevan son muy diferentes.
Equiparar la educación a la enseñanza o enseñanza-aprendizaje,
es reducir todo lo que esta conlleva a una mera “instrucción por medio de la
acción docente”[1]; punto
de vista que resulta incompleto y en el que la figura del alumnado aparece
desdibujada. Este planteamiento, además, limita la educación a una mera
transmisión de conocimientos cuando ésta, en realidad, implica un proceso mucho
más complejo, en el que la empatía y la escucha activa a las necesidades del
alumnado juegan un papel importante.
Se puede argüir que el término enseñanza-aprendizaje es algo
más inclusivo, ya que parece tener en cuenta al aprendiente como parte del
proceso de aprendizaje. Si bien es esto cierto, resulta insuficiente, ya que el
estudiante aparece supeditado a la labor docente, entendida como motor de dicho
proceso. Esta postura se asienta sobre una premisa errónea: la predisposición
del estudiante a querer aprender aquello que el docente quiere enseñar; y
olvida que “para aprender hace falta una disposición emocional y no solo la
coherencia lógica externa e interna del conocimiento.” (GUERRA SANTOS, 2000)[2]
A mi modo de ver, no existe la menor duda de que nuestro
alumnado es la razón de ser de la educación: existimos por y para él. El foco
de atención no debe de ser otro, y todas las decisiones que se adopten deben
estar subordinadas a dar respuesta a sus necesidades e intereses. En este
sentido, conviene no olvidar que cada persona viene condicionada por su
contexto social mediato e inmediato, en el que el papel de la sociedad juega un
papel muy importante.
Por tanto, hablar de educación supone hablar de un proceso
de aprendizaje que no se restringe exclusivamente al ámbito escolar y
académico, sino que incluye a toda la sociedad. La educación es una empresa de
gran envergadura en el que todos los agentes implicados (alumnado, profesorado,
familias, instituciones…) tienen un rol determinado en la construcción de
conocimiento. En esa búsqueda de respuestas y proceso de construcción se
produce un proceso de aprendizaje continuo.
El debate está servido.
[1]
Definición recogida de la RAE.
[2] Santos
Guerra, Miguel Ángel – La escuela que
aprende, Ed. Morata, 2000
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